


Mi Historia
Un legado que comenzó antes de nacer
Mi vida ha estado rodeada de música desde antes de nacer. Vengo de una familia donde el canto no era solo un talento, sino una herencia espiritual. Mis abuelos y mis padres fueron músicos, cantantes y líderes que usaron sus dones para servir a Dios y a la iglesia.
Crecí viendo cómo una voz podía transformar ambientes, inspirar corazones y acercar a las personas a lo divino.
Los primeros pasos de una voz con propósito
Mi primera participación especial fue a los cuatro años, en mi iglesia en Santo Domingo. Aunque era solo un niño, todos comentaban lo fuerte y clara que era mi voz.
Con el tiempo, ese sonido infantil se transformó, y Dios moldeó en mí un tenor dramático, capaz de desplazarse entre la calidez de un barítono y las alturas brillantes del registro tenor.
Nunca he atribuido ese instrumento a mi propio esfuerzo: es un regalo.
Formación que no vino de salones, sino de la vida
Tomé algunas clases formales de canto, pero mi formación real ha sido la vida misma.
He cantado sin dormir, con cansancio, enfermo, bajo climas extremos o sin condiciones técnicas adecuadas.
Muchas veces, cuando mi cuerpo no daba más, fue la gracia de Dios la que me sostuvo y me permitió cantar.
Esa experiencia me enseñó que mi voz no depende de mis fuerzas, sino de Su misericordia.
Cantar como acto de servicio
Cada vez que me paro frente a un micrófono, lo hago con reverencia.
No canto para impresionar ni para demostrar; canto para servir.
Mi deseo es que cada nota lleve esperanza, fe y un mensaje que toque el alma.
Mi compromiso es usar la voz que Dios me dio para honrarlo y para compartir Su amor con cada persona que me escucha.
